Joaquín Rodrigo Arancibia Burboa, hijo de mi amiga Ximena. Desde su muerte hace tres días, 20 de julio de 2015, he estado más cerca y conocido más de su vida que desde que conozco a su madre hace tres años.
Lo encontré brevemente cuando fui en un par de ocasiones a casa de Ximena. Un “niño” encantador...respetuoso con su madre y cariñoso con extraños como era yo. Todos los que se han referido a él lo destacan como un “niño sabio, justo, ayudador, buen consejero y por sobretodo siempre feliz y alegre”. En su partida anteayer cuando tenía 23 años de edad, el destino hizo que estuviera al lado de mi amiga consolándola en momentos brutales. Al lado de ella, en su angustia, abrazando el cadáver de Joaquín, todo morado, pero reflejando una paz del alma.
¿Cómo se consuela a una madre en estas circunstancias? ¿Qué se puede decir? ¿Cómo se transmite el conocimiento arcano que solo puede ser comprendido por uno mismo?
Nada se puede decir, nada consuela, y la paz propia no se puede compartir. Entonces, solo hay que dejar que el alma hable, que las palabras fluyan desde la más profunda y honesta convicción para que la energía que lleva el amor de la compasión toque el corazón de la otra alma que está sufriendo, porque no comprende todo su entorno ni menos al Universo.
En esta aparente tragedia donde muchos lloran la partida de Joaquín, hay una enseñanza maravillosa: Haber vivido intensamente de mediodía a medianoche, dejando un enorme legado de amor.
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